SALVA, EL PESCADOR
El pescador.
Si tuviera que clasificar las diez profesiones más duras, de más riesgo, más abnegadas, y en fin, de mayor sacrificio, probablemente no hubiese elegido la de ser pescador. Pero tras conocer de primera mano cómo es por dentro esta profesión, esta aventura diaria de echarse a la mar, porque verdaderamente ser pescador es una aventura, sin duda la pondría en esa clasificación hipotética de las diez profesiones de mayor dificultad, esfuerzo, dedicación, y muchos más calificativos que cada uno puede añadir a su gusto.
Un sueño cumplido…
La fascinante historia que vengo a contaros, comenzó hace un año cuando conocí a Salva, el pescador de Aguadulce (Almería). Conectamos rápidamente y le transmití mi pasión por fotografiar todo cuanto rodea al barco de pesca. Cada vez que viajo, fundamentalmente en verano, y piso un lugar de costa, siempre busco el puerto de pescadores, para buscar esa foto con redes, hombres en su barco, quillas, aparejos, y en general, el colorido que suelen tener los barcos de pesca. Especialmente he podido disfrutar de esta fotografía al haber visitado asiduamente Grecia, un país donde su gran cantidad de islas te permiten visitar, observar y fotografiar aspectos relacionados con la pesca. Sobre todo porque sus puertos son más accesibles que los nuestros. No sé la razón, pero desde niño me ha atraído esto. Pero es que además, la fotografía ha resultado con el tiempo una pasión, una actividad que forma parte de mi vida.
Por aquello de los permisos, seguros, y comunicación a la Autoridad Portuaria de Almería, no fue posible realizar este reportaje, y nos emplazamos a este año para el caso de que pudiese venir de nuevo. Una vez de vuelta, obtuve el Seguro de Acompañante Marítimo, con la Compañía de Seguros Murimar, y tras presentarse en Capitanía del Puerto, ya estaba listo para la aventura. Cuando uno va a un restaurante y pide un pescado, o cuando lo compra en la pescadería, no se imagina todo el proceso que hay detrás. Duras jornadas de trabajo embarcado en la mar, con sol, con lluvia, con viento…. Cansancio, agotamiento, y todo ello con la incertidumbre diaria de no saber si las redes se llenarán o no, si habrá pescado para vender en la Lonja o no, si ese día se han ganado el sustento, o no…. Durante un año he soñado con realizar el reportaje que aquí os traigo. Mi idea era la de captar con imágenes y luego contar con palabras, lo que hay detrás de lo que la gente no ve. Espero haberlo conseguido. Gracias de antemano a Salva, el pescador.
Los inicios…
Salva, el pescador, es el patrón del barco “Paco y Antonia” cuyo nombre viene del anterior propietario a quien le compró el barco. Cambiar el nombre suponía mucho papeleo, nuevas licencias, y…, dinero. Y ya se sabe que la gente de la mar es supersticiosa, así que se quedó con el nombre que tenía. Lo bueno era que los dos nombres que dan nombre al barco, ya estaban ligados a su familia, así que “Paco y Antonia” seguiría navegando por el Mediterráneo con otro patrón al mando. Para llegar hasta aquí, o sea, tener su propio barco, ha tenido que pasar por duros años de esfuerzo, sacrificio, sin sabores. Todo empezó con 17 años cuando se embarcó por primera vez con su tío en un barco en los caladeros de Marruecos. Antes, con 14 años ingresó en la Escuela Náutica Naval para sacar los estudios necesarios, entre otros, el de Patrón de Barco. Con su título de Patrón de Primera Clase de Pesca Litoral, ya podía iniciarse en esta difícil profesión que aprendió a amar de la mano de su padre y abuelo, los dos pescadores. Al igual que su hermano Fernando con quien hoy comparte la propiedad del barco pesquero “Paco y Antonia”. En Marruecos pasará 6 años, volviendo a Almería con tan sólo 23 años y la piel y manos curtidas de una experiencia que ya quisieran muchos a esa edad.
Por Marruecos…
Ya en Marruecos, donde también coincidió con Fernando, su hermano, el pescador aprendió rápidamente. Supo adaptarse a la mar. Más le valía. Y es que o te haces amigo del mar, o estás perdido. Tras seis duros años en Marruecos, vuelve a Almería para embarcarse como Contramaestre de un pesquero. A sus 24 años ya manda un barco aunque sea para otro. Sus años en Marruecos le forjaron como pescador y… como persona. Duros días. En esa época, uno se embarcaba para no volver durante 30 a 40 días. No hablamos de primeros de siglo XX sino de 1995, a las puertas del Siglo XXI. Tras estar 30 a 40 días embarcado, se descansaba en tierra cuatro días, tiempo justo para poner el barco a punto y otra vez a embarcarse. Un sacrificio enorme. Pero se pescaba, se vivía de esto, hasta que los marroquíes decidieron dar la espalda a España y retirar el permiso de pesca en sus aguas territoriales a pesqueros con bandera española. La consecuencia no pudo ser más trágica: durante los siguientes 15 años de ruptura del Acuerdo de Pesca con Marruecos, Almería perdió 2/3 de su flota pesquera. Los altos precios del carburante hicieron el resto. El “gasoil rojo” cuesta hoy 0.364 céntimos de €uro, cuando llegó a estar a 0.750. Y un problema añadido que también ha influido en la pérdida de pesqueros: ya no se sigue la tradición familiar de esta profesión.
De casta le viene al galgo…
Lo de Salva el pescador y su hermano es un caso raro, de las últimas generaciones que siguen hijo a hijo la misma profesión de pescador. Afortunadamente para Salva, él tiene dos preciosas hijas, que son junto a Esther el motor de su vida, así que no tendrá que el problema de incitar a su hijo a seguirle. Lo tiene claro: para ganar 1.000 € de salario de pescador, mejor estar en tierra en cualquier otro trabajo por lo mismo…. Y eso que ahora es distinto, pues la jornada del pescador es de “sólo 12 horas”, no como antes…., que se salía a las 03:00 de la madrugada para volver a puerto a las 10:00 de la noche, cuando la Lonja funcionaba de noche. Afortunadamente, desde hace unos años, se procedió a regularizar los horarios de trabajo de los pesqueros “haciéndolo más humano”. “Sólo” salen de lunes a viernes, de seis de la mañana a seis de la tarde. Durante el año, tendrán el “parón biológico”, en abril. La Unión Europea les compensa con 1.800 € al barco por estar parado. Una cantidad que no paga los gastos fijos que tienen, entre otros, la letra que cada el mes llama a su puerta desde el banco. Por lo demás, ellos, la tripulación, cobrarán al menos el paro durante ese tiempo de parada obligada. Además de este parón obligado, el barco necesita de un mantenimiento. Cada seis meses el barco vara 5 días para pintar, revisar, engrasar maquinaria, en fin, lo necesario para que todo funcione correctamente. Obviamente, una de estas paradas la hacen coincidir con el parón biológico.
El sueño de ser patrón…
Tras años de aprendizaje y esfuerzo, se planteó ser él mismo su jefe, su propio patrón. Salva, el pescador, tiene 30 años. Y en estas que apareció Esther, su mujer, su amiga, su confidente, su mentora y quien le animó a dar el paso. Con la relación entre ambos ya consolidada, Salva le dijo: “tengo un sueño, mi sueño es tener mi propio barco de pesca”; a lo que Esther contestó:”¿de verdad que es tu sueño, quieres tener tu barco, eso es lo que realmente quieres?”; con la mirada afirmativa de Salva, Esther le miró y le dijo: “pues mañana lo tienes”. Rápidamente se movió en la entidad bancaria en la que trabajaba y tras papeles y demás, consiguió la financiación necesaria para afrontar la compra y puesta en marcha de “Paco y Antonia”. Fue Groucho Marx quien dijo que detrás de todo gran hombre hay una gran mujer. Premisa que se cumple en este caso. De hecho, si no hubiese existido Esther en la vida de Salva, el pescador, probablemente no se habría convertido en patrón, en tener su propio barco. A sus 31 años Salva ya tenía en sus manos un barco, junto a su hermano Fernando, siete años mayor. Ya era patrón de su propio barco, patrón de su destino. El propio destino, a veces cruel, quiso que pocos años después, una enfermedad apareció e impidió a Esther continuar trabajando, con lo que eso supone económicamente. A partir de ese momento, los esfuerzos de Salva, el pescador, se redoblaban para sacar adelante la familia… y el barco.
La tripulación…
La tripulación del barco se compone de tres pescadores: Salva, su hermano Fernando y Simón, primo de ambos. Actualmente tienen 42, 49 y 50 años respectivamente. La jornada se inicia con la mirada puesta en el viento. Gracias a los avances tecnológicos se puede prever con bastante antelación y exactitud qué dirección tomará el viento. Si da viento de Levante, mal asunto. Habrá poco pescado y mucho movimiento del barco. Si da viento de Poniente, mejor. En este caso habrá más pesca, y aunque la mar estará en calma el patrón se encargará “de mover el barco”, como él mismo nos explica, con el fin de revolver el pescado en las aguas mediterráneas.
Comienza la aventura…
Nos ponemos en marcha a las 05:45 horas de la mañana, hora de salida del Puerto de Almería. Mientras nos dirigimos en coche desde Aguadulce (Roquetas de Mar), no puedo dejar de pensar en la jornada que me espera, y en las cosas que veré y podré fotografiar. La línea roja del Sol naciendo empieza a verse. Un espectáculo para los ojos. Las gaviotas empiezan a revolotear, a despertarse, y nos acompañarán durante toda la jornada, sabedoras de que habrá comida para ellas.
Empezar la jornada supone para el patrón un gasto mínimo de 250€, juntando los seguros sociales y el combustible, unos 230 litros por jornada de navegación. A lo que habría que añadir seguros, licencias, revisiones, y…. jornales. Así que salen con la mirada y pensamiento puestos en llenar las cajas de buen pescado que luego venderán en la Lonja. Necesitan al menos vender un mínimo de 850 € por día, si no las cuentas no salen. A las 18:00 horas tienen que estar de vuelta, si no, no venderán, un lujo que no se pueden permitir, porque además de ser su fuente de vida, hay que seguir pagando un crédito que empezó en 2005 y que vence en 20 años, vamos, como quien compra una casa.
Poniendo rumbo…
¿A dónde nos dirigimos?. Misterio. Cada maestrillo tiene su librillo, y cada patrón tiene su lugar de pesca, sus lugares según el tiempo que haga y…… la competencia. Cada jornada no se organiza de forma especial, no hay nada establecido en cuanto a rutas o lugares de faena. Depende del viento, de los pesqueros que haya en la zona y también del valor de lo pescado el día antes, para dirigirse a pescar pesca de más valor o pescar con seguridad de cantidad pero con menos venta. No se proponen nada especial para cada día. La intuición es un factor determinante. El trabajo se convierte en rutina para ellos, aunque cada día es distinto. Su motivación es simple: vivir de ello. Y el pescador vive de ello.
El barco…
El barco de Salva el pescador, tiene menos de 15 metros, 14 concretamente, lo que le permite no tener la obligación de llevar instalado y en funcionamiento el sistema conocido con el nombre de AIS; este sistema da la posición a tiempo real de los barcos que en ese momento estén faenando. Esto significa que todos saben dónde están pescando los demás, con lo que eso significa. ¿Todos?, no en el caso de Salva pues él no tiene obligación de tener ese sistema así que pesca donde él sabe sin que el resto de flota de pescadores sepan dónde está. Ni yo mismo sé dónde estaremos, me refiero a la posición GPS. Podría saberlo a través del teléfono móvil. Ni lo intento. Su secreto estará a salvo conmigo. Y aunque lo supiera no lo podría decir, único requisito para dejarme embarcar.
«Paco y Antonia», el barco, de 20 años de antigüedad, y en las manos de Salva, el pescador, y su hermano, hace 11, concretamente desde 2005, navegará hoy durante más de una hora para calar a 9 millas náuticas de la costa de Almería. Según navegamos, a 7 nudos de velocidad, todavía de noche, vemos unos barcos faenando. Son los barcos traíña, que realizan la “pesca de cerco” para obtener peces en superficie. Estos pesqueros, a diferencia de la pesca de arrastre que realiza Salva, basan su pesca en volumen pero obteniendo precios más bajos. Las sardinas, por ejemplo, se pescan de esta forma.
Amanecer en el Mediterráneo…
Son las 7 de la mañana. Empieza a sentirse el calor. El sol empieza a aparecer por el horizonte. Al fondo el Cabo de Gata. 700 metros de cable de acero de 10 milímetros han soltado para completar la primera lanzada, el primer lance de pesca. Hoy habrá dos más. El cable va fijado en unos rodillos situados en cubierta nada más bajar del puente. Los motores de arrastre van fijados a un pórtico o estructura fija con unos rodillos que reducen la fricción. En el soporte unos topes colocados por Salva y Fernando fijan el ancho del cable a derecha e izquierda, garantizándose también que no se crucen entre ellos y que no les golpeé al moverse por cubierta. El arte cae a la mar por popa. Dos tablas de acero, llamadas puertas, hacen de peso para hundir las malletas que se unen a derecha e izquierda por la relinga o armadura que forma todo el arte (la red). El cable llegará a una profundidad de 134 brazos (200 metros). Reposará en el fondo marino siendo arrastrado por el barco. Llegaremos al llamado Cantillo de Roquetas donde habitualmente se pesca la gamba. Una vez alcanzado el fondo marino, el barco se mantiene con el arrastre a 2,2 nudos de velocidad constante. Así estará casi tres horas, una vez que “el arte” está en el fondo.
Mi peor momento…
Tras una hora y media de navegación y con el sol apareciendo por el horizonte del Cabo de Gata, me empiezo a sentir mal. Un sudor frío recorre mi frente. El temido mareo está apareciendo. No me tomé nada, de esas pastillas que dicen que son para los mareos. “No sirven de nada, me suelta Salva”. Me lo tomo como algo normal en quien no está acostumbrado. Salva me invita a tumbarme en el estrecho sofá del puente de mando mientras que el arte es arrastrado en este tiempo de espera que tenemos. Me recuesto y echo una cabezada. Cierro los ojos y me siento como en una hamaca en el Caribe. Todo me da vueltas. Si abro los ojos, peor… La piel morena que había conseguido en dos semanas en Aguadulce, se convierte en piel blanca por momentos. Consigo conciliar el sueño durante hora y media. Me despierto a las 9 de la mañana. Recuperado. Soy otro. Tomo fotos, tomo notas mientras charlo con Salva y Fernando. Ellos se ríen, saben lo mal que lo he pasado. Soy feliz en estos momentos. Tras sumergir el arte, Simón prepara el desayuno en la mini cocina habilitada para la ocasión a bordo. Café negro, sin leche. No hay lujos. Y galletas que los tres pescadores engullen cual manjar. Yo desisto. Si me tomo un café negro con el mareo que tengo, ¡uf!. Al final de la jornada, ya en Puerto, Salva me confiesa que por un momento llegó a calcular el tiempo de ruta hasta el Puerto de Roquetas para dejarme allí si no me recuperaba, para reconocerme después que, salvo ese episodio del principio, estaba sorprendido de lo bien que había aguantado toda la jornada.
Tiempo de espera…
En el tiempo de arrastre, Salva, el pescador, vigila la navegación, mira los radares, el sonar, en fin, todos los aparatejos que hay en el puente. Fernando mira el móvil. Y de reojo los dos me miran a mí. Tienen una pequeña tele donde hoy toca seguir la retransmisión de los Juegos Olímpicos de Río. Los dos hermanos son muy futboleros, y aquí llega el primer y único momento de fricción del día: porque son del Barcelona. Y yo no, claro, soy madrileño y del Atlético de Madrid. Y como no soy antimadridista, pues eso… Mientras los dos hermanos comparten este rato de espera durante el arrastre, Simón descansa. Mira por la borda de babor del barco, con la mirada perdida en la mar. La vida golpeó duramente a Simón con la pérdida de un hijo. Yo perdí a una hija recién nacida, así que imagino lo que fue para él. Esos momentos de pensamiento son para él, seguro. Observo a Simón, un tipo entrañable. Se le ve buena persona, buena gente que diría aquél. Con 50 años le veo mucho más mayor, con la piel castigada por la sal, el salitre, el viento y en fin, todo aquello que proporciona estar en la mar doce horas durante cinco días a la semana. La dureza del día a día se aprecia claramente en su rostro.
Empieza la pesca…
El primer arte sumergido tras el primer lance, se iza casi a las tres horas de arriarse. Son las 10 de la mañana. No se sabe si habrá o no pescado. Dicen a bordo que se pasan las dos horas y media rezando…. o llorando…, según sea el resultado final. A pesar del sonar instalado puede haber contratiempos. Me cuentan que en una ocasión se enganchó el arte en un yate hundido. Imposible salvarlo. Para Salva, el pescador, fue lo peor que le ha ocurrido nunca en su barco. Adiós pesca y una pérdida importante de dinero, 1.900 €, para reponerlo con todo lo que lleva la red, las bolas, etc… Junto a ello, lo peor que le ocurrió fue cuando Fernando y Simón se cayeron al agua, en momentos distintos. Afortunadamente todo se quedó en un gran susto. A sensu contrario, lo que mejor le ha ocurrido son las cosas que encuentra a veces, como ánforas y lo que logró en una ocasión: el pez luna real, nunca visto antes en Almería.
El arte se levanta tras 18 minutos de subida del cable, y se ve el resultado. Este primer lance, algo pobre para estos pescadores que siempre quieren más. Primer contratiempo: el arte se rompe por una parte. Toca arreglarlo a bordo con cosido artesanal que realiza con esmero y sabiduría Fernando, mientras Salva ayuda. Las inmensas manos de Fernando se mueven con rapidez para coser del descosido. Fernando demuestra una habilidad asombrosa y endiablada para coser las redes. Me deja perplejo. Caras de ansiedad, preocupación. Mientras, Simón (cuyo nombre me recuerda al discípulo de Cristo, Simón Pedro, pescador también), se encarga en la cocina de preparar los merecidos y suculentos bocadillos de tortilla francesa y tomate fresco en rodajas acompañados de una más que maravillosa cervecita muy fresquita, a punto de congelación, como a mí me gusta. Nada más izar el arte, y vaciar el pescado y lo que no es pescado encontrado, y tras reparar la red, se procede al segundo lance, o sea, a sumergir un nuevo arte para seguir pescando.
La tarea más dura…
Del primer arte subido, empieza lo peor del trabajo: la clasificación y selección. Durante 40 minutos, rodilla en tierra, espalda tensa, los tres tripulantes del “Paco y Antonia”, clasifican con esmero el marisco pescado y demás peces. En esta ocasión la operación se hace con la mar en calma. Menos mal, porque si no…..Lo que no sirve (porque no lo venden), se devuelve al mar. Ahí están al acecho las afortunadas gaviotas que nos rondan constantemente. Su tesón tiene premio: se darán su particular festín. Previamente, nada más vaciar el arte, se prepara la segunda lanzada. Y así sucesivamente. Todo coordinado. Hoy harán tres lanzadas de arte.
Tras el clasificado, viene el proceso de lavado, tras lo cual, las cestas cuidadosamente ordenadas en cubierta, se van llenando y acto seguido se introducen en la gran nevera para su conservación hasta llevarlo a la Lonja al final del día. Las cestas clasificadas se componen de: quisquillas, gambucín, brótola, gamba blanca, pijotas, pintarojas,…Vamos hablando de todo un poco. Mientras clasifican, me cuentan que la gamba gorda se puede vender en Lonja a 26 €/kg, alcanzando el doble de precio en el mercado. Las quisquillas, por ejemplo, se pagan a 3€ los 200 gramos, mientras que esa misma ración en un bar de Aguadulce nos costaría 22 €.
Segundo intento…
Son las 13:15 horas. El segundo arte se sube con la esperanza de que sea mejor que el anterior. Sol. Mar en calma propiciado por el viento de Poniente que nos da un respiro después de dos semanas de un viento de Levante constante en toda la costa almeriense. El cable se va recogiendo. Salva, el pescador, y Fernando están en Popa pendientes de todo. Atrás, justo delante del puente, Simón se encarga de la maquinaria que arrastra el cable. Sube el arte a cubierta. ¿Qué habrá dentro?. Por de pronto, a simple vista parece ser mejor que la primera lanzada. Un rape de buen tamaño aparece, junto a una hermosa estrella de mar la cual será devuelta a la mar pues no sirve para la venta. Por primera vez en mi vida, pruebo en cubierta un gamboncín crudo. Fernando se come uno mientras le miro con cara de incrédulo. Rico manjar a esas horas que uno tiene cosquilleo en el estómago, a pesar del suculento bocadillo que nos preparó Simón.
La segunda operación de selección, clasificado y limpieza ha durado esta vez casi una hora. El arte, más lleno que el anterior, va aumentando el contenido de las cestas con pescado más o menos de lo mismo que el anterior. Y es que esta “pesquera”, que así se conoce al lugar donde se pesca, no es muy del agrado de Salva. Pero hoy tocaba, por el viento de Poniente y por tener la mar en calma…. , y también por mí, porque si mi primera vez embarcado una jornada entera en un pesquero, hubiese sido con viento de Levante y con la mar enfurecida, probablemente no lo habría superado. Salva, el pescador, prefiere pescar en aguas revueltas, con levante apretando, donde la faena es más intensa que hoy. Lo que más le gusta es pescar pulpo y salmonete, no tanto lo de hoy que es casi todo marisco. Por babor aparece un visitante inesperado: una tortuga gigante que al vernos se ha sumergido rápidamente.
Comiendo a bordo…
15:00. Comida a bordo. Me sorprendo. Ya me lo habían avisado. Pero la realidad supera la ficción. Un arroz de gamba y carne, en cacerola, algo caldoso, espléndido, y acompañado por no menos espectacular ensalada, nos lo comemos los cuatro en el puente. Las cajas de clasificado sirven como improvisada mesa. ¿Tenedor o cuchara?, me pregunta Salva, con una media sonrisilla que no logro entender. Tenedor, contesto, pensando en comer el arroz como siempre, en un plato. Craso error. Por eso se reía Salva. No hay platos, ni lujos. Los cuatro comemos del caldero directamente, a modo de como se comen las calderetas en días de cacería, que alguna he vivido. Me río de la situación. Momentos especiales, de camaradería. Una rebana de pan sirve de improvisado platillo por si se cae algo de la cuchara o tenedor. Y como no podía faltar, una cerveza muy fría nos acompaña en la comida.
Más pesca…
Ya por la tarde tiene lugar la tercera y última recogida del arte. Tras casi tres horas en el fondo marino, a unos 250 metros de profundidad, el arte emerge con Simón al mando de la maquinaria. En Popa, Salva y Fernando, como siempre, atentos a la subida del arte. Finalmente levantan la bolsa con el pescado y lo que haya dentro. Esta vez, a la tercera fue la vencida, pues la pesca parece de más cantidad.
De nuevo, el tedioso trabajo de clasificación, selección y limpieza de lo capturado. Los tres tripulantes del “Paco y Antonia”, hincados de rodilla, hacen esa labor. ¿Caras de cansados?, no lo parece tras diez horas faenando. Increíble, ni una mueca de cansancio o agotamiento. Es algo natural en ellos. Una rutina asumida durante años. Finalmente, llega el limpiado con agua de mar sacada de unos dos metros de profundidad con una bomba alojada bajo el casco .Agua limpia, que incluso les sirve para enjuagarse la boca, sin tragarse el agua, claro. Durante esta última clasificación y selección de pescado del último arte recogido, una de las gaviotas que revolotean encima del barco en busca de los restos de pescado desechado que se devuelven al mar, decide depositar su excremento sobre la gorra que cubre la cabeza de Salva, el pescador, y otra de ellas acierta de lleno con la espalda de Simón. ¿Es la suerte que les acompaña?, pregunto. Risas a bordo. Son cosas de la mar….
Rumbo a puerto…
Ponemos rumbo al Puerto de Almería. Durante la última hora de navegación hacen la labor de clasificado y selección de lo obtenido en la última saca del día. Precisión matemática ordenando el contenido de las cajas. Ahora hay que ponerlas bonitas, ordenadas, limpias. Llegando a puerto las cajas ya estarán listas en la cámara cubiertas de ese hielo machacado conocido con el nombre de “nieve”. Entramos a puerto. El Capitán y patrón, Salva, el pescador me permite “tocar” su más precioso tesoro, el timón, con él dirigiendo la entrada. A un lado un semáforo rojo, a otro, uno verde señala la línea de entrada a puerto. Me ilusiona “tomar el mando” por unos instantes en los que siento la libertad que da el mar, y la grandeza de navegar un barco de catorce metros. Por babor, se ven amarrados tres barcos de la Guardia Civil. Y uno de Vigilancia Aduanera. Vigilan la entrada y salida de barcos y tripulaciones.
Ya en puerto, nos dirigimos a realizar la carga de combustible. Son las 18:15 horas de la tarde. Hay que llenar la panza del barco con el gas-oil rojo, especial para buques de pesca. El precio: 0,36 céntimos de euro. Mucho más barato que antaño. El precio está ahora estabilizado y resulta menos gravoso para la actividad pesquera. Hace no muchos años, llegó a estar a 0,85, imposible de asumir para un buque como este que se come 250 litros por día de faena, aproximadamente. El depósito les dará para unos cinco días de trabajo. Mientras Fernando realiza esta operación, Salva se dirige a recoger una furgoneta frigorífica para llevar todas las cajas de pescado a la Lonja. Entre tanto, Simón ha ido sacándolas de la nevera y depositándolas en la cubierta del barco, perfectamente apiladas, ordenadas, limpias. Un cartel se ve en el lateral de cada caja: “PESCADO FRESCO DE ALMERÍA”. Nunca mejor dicho.
En la Lonja…
Salva, el pescador, llega con la furgoneta donde se carga. Desde ahí nos dirigimos a la Lonja del Puerto de Almería. Son las 18:30. La Lonja, es el gran secreto de todo este tinglado Es el momento más importante del día. De nada sirve el esfuerzo si luego no hay venta. Salva me introduce en un mundo sólo reservado a unos pocos privilegiados que tienen acceso. Se le ve confiado de lo que ha traído. Alegre, sabedor de un mundillo que conoce como nadie. En la Lonja Salva se mueve como pez en el agua. En la puerta de entrada le espera un chaval, su ahijado como él le llama; el joven está empezando a conocer este difícil oficio. Todas las tardes espera la llegada de Salva en la puerta de recepción de la Lonja donde dos encargados supervisan, ojo avizor, la descarga de la furgoneta. El joven se encargará de todo, mientras Salva se vuelve al barco a cerrarlo todo. Y a amarrarlo después de la carga de combustible. Sólo que esta vez, en esta ocasión especial se queda conmigo para enseñarme y explicarme el proceso de subasta.
La subasta…
Los compradores tienen un mando que hacen sonar cuando quieren comprar. Previamente, el pescado pasa por una cinta donde primero se pesa, se clasifica para luego ir pasando por la cinta donde unos monitores enseñan la imagen del contenido de la cesta en pantalla grande. Los compradores se sitúan en dos gradas laterales, cual polideportivo se tratase. La cinta donde pasa el pescado se sitúa en el centro de la sala atravesándola de lado a lado. Desde la Lonja se marca un precio de salida según el tamaño y calidad del pescado y marisco a vender. Rápidamente el precio empieza a bajar hasta que algún comprador decide quedárselo. En ese momento, ese pescado es vendido y adjudicado al comprador. La pantalla visualiza el nombre del barco vendedor, el comprador, la cantidad y el precio. En realidad no se trata de una puja tal y como la conocemos, sino que el precio se fija a la baja desde un precio de salida inicial. Los compradores son intermediarios que luego venden el pescado a su cliente, o bien, grandes superficies comerciales que mandan a su comprador directamente. El precio de venta se le da al barco que lo vende. Desde ese precio, empieza un carrusel de subida de precio hasta el precio que paga el consumidor final. Salva, el pescador, será el que menos gane en toda esta cadena. Un ejemplo: la gamba blanca grande se vende en Lonja a 15€/kg. En un bar-restarurante de Aguadulce, el consumidor final la paga a 5 veces su precio originario. Entre medias, la ganancia del intermediario, la del restaurante y quién sabe si alguien más. La cigala, por ejemplo, tiene un precio de salida en la subasta de 60€/kg. De repente el precio baja vertiginosamente hasta que alguien pulsa el botón parando el precio en los 31€/kg. Esa cigala se pondrá en el mercado a un precio al alcance de pocos. En épocas de mucha demanda (Navidad), los precios suben porque el comprador aprieta enseguida el botón, no espera a que baje por si se queda sin el marisco. Así, esa misma cigala con ese precio de salida de 60€/kg, no se venderá al precio de ahora sino a una cifra muy superior a los 31€/kg de esta subasta. De ahí que el consumidor final lo pague también a un precio más alto, y ello porque los intermediaros no van a dejar de ganar en su cadena de intermediación su suculenta ganancia. Los pescadores poco o nada pueden hacer al respecto. Porque el pescado que llevan en sus cestas es el mismo en agosto que en diciembre. Es la demanda la que varía hacia arriba. Los pescadores son los que más sufren este movimiento de subasta y los que menos ganan de toda la cadena. Tampoco pueden vender fuera de Lonja. Si un barco pudiese vender directamente a una gran superficie o a un restaurante, por ejemplo, el precio final de compra sería el mismo pero el barco ganaría más al eliminarse el intermediario cuya única misión es llenarse el bolsillo a costa del sudor de otros. Miles de kilogramos de pescado se compran y venden diariamente en la Lonja, donde Salva se mueve como nadie.
De vuelta a casa…
Pasados 45 minutos, el pescado de Salva y Fernando ha sido vendido en su totalidad. El joven ayudante le entrega la hoja oficial donde se refleja la trazabilidad: origen, fecha, lugar, tipo de pescado, peso y precio. Todo oficial. La jornada ha salido como ellos esperaban, con una venta rondando los mil euros. La venta se mide en euros y no en kilogramos, pues puede haber un día de muchos kilos de pesca de una especie que se vende a precio bajo, y al contrario, puede pescarse poco en peso pero de alto valor en euros. Con la cifra obtenida, si se mantiene diariamente, el barco da para vivir. Y por ahora así es en el caso del “Paco y Antonia”.
A las 19:15 partimos hacia Aguadulce, punto de partida. El barco está amarrado en el único sitio libre del puerto. Ha cabido entre dos pesqueros más grandes, en un hueco inverosímil cuya maniobra hizo Fernando. Ahí descansará hasta el día siguiente, en las tranquilas aguas del Puerto de Almería. De regreso a casa, no puedo dejar de pensar en el día pasado a bordo del “Paco y Antonia”, en todo lo que rodea a estos lobos de mar que diariamente luchan….contra sí mismos. Sí, la lucha es contra ellos mismos, contra su límite, contra sus ganas de salir diariamente en la dura tarea del mar. No dejo de pensar en la increíble experiencia vivida. Los miro, los observo desde la parte trasera del coche conducido por Fernando en el breve viaje de vuelta a casa. No veo cansancio, ni agotamiento. Es su trabajo. Es su rutina, lo tienen asumido. Veo satisfacción porque un día más han logrado el objetivo de venta. ¿Y mañana?. Será lo mismo, otro sitio, otro lugar de pesca de esos que sólo Salva y Fernando conocen bien. Todo lo hablan y preparan entre ellos. Les esperará a pie de barco Simón, presto y dispuesto a trabajar y a preparar ese bocadillo que sabe a gloria y esa comida reparadora que ya quisieran para sí gourmets para sus restaurantes. Normalmente aciertan al elegir la ruta del día siguiente. Claro que también caben cambios sobre la marcha dependiendo de las condiciones meteorológicas.
La despedida…
Llegamos a Aguadulce. Son las 19.45. Salva y yo nos apeamos. Fernando seguirá hasta Roquetas de Mar, no sin antes despedirnos con un apretón de manos con esa mano el doble de la mía, más propia de un boxeador que de un pescador. Nos miramos. Le agradezco lo bien que se ha portado conmigo, sin conocernos de antes. Hasta me ha preparado algo de pescado para saborearlo en familia: rape y bacaladillas. Salva y yo nos despedimos. Él irá a ver a su mujer, Esther, y a sus dos hijas que le esperan como cada día. Es verano, tiempo de un relajante baño en la piscina de este antiguo edificio de apartamentos de Aguadulce, a pie de playa.
En pocas horas Salva se irá a descansar. Porque a las cinco de la mañana, de nuevo en pie. Un nuevo día comenzará para Salva, el pescador, junto a su inseparable hermano Fernando y junto al bueno de Simón. Una nueva jornada de lucha, sacrificio e incertidumbre. El arte les espera. Y a nosotros, saborearlo. Pero eso será mañana…
MUY PERSONAL.
Pregunto a Salva y Fernando por alguna curiosidad. Estas son sus respuestas:
- Una ciudad:
Salva: Almería
Fernando. Almería
- Una comida:
S: cualquiera hecha por su madre
F: lo mismo, la comida de mi madre.
- Un lugar soñado:
S: Nueva York de noche
F: Gijón
- Un sueño por cumplir:
S: Jubilarme con salud y que mis hijas lo vean. Y tener un año con dinero suficiente para viajar por el mundo viendo deportes y música en directo.
F: lo mismo, jubilarme con salud y que mi hijo lo pueda ver.